Nadie pudo decirle nada. Todos quedaron en silencio. El crimen más atroz se había cometido, y hay cosas que no tienen perdón.
Como es habitual en estos casos, la sociedad entera lo condena. Cualquier castigo es mínimo ante la gravedad del hecho.
Siempre todos asentían o proferían comentarios de espanto por debajo. Siempre todos se ufanaban de ser los jueces y darle a alguien el castigo que merece.
Lo condenaron a la pena de muerte por hacer diez copias de la película Ladrón de bicicletas.
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